viernes, 29 de mayo de 2009

RELATO Nº5

Amor mío


Mi padre tenía un manicomio en el pueblo de Barbate, entre la casa de putas y el desguace de coches de mi tío Anselmo. Estaba pintado de blanco para distinguirlo del puticlub y evitar que durante la noche se mezclasen los clientes, aunque al final nunca pudimos evitar que los locos acabasen refregándose entre los muslos de la “Chen”, ni que algún putero borracho y despistado terminase tirándose a una interna del centro.

Toda mi infancia transcurrió entre locos que comían bombillas para encontrar su luz interior, putas retiradas charlando al sol, sostenes de fantasía secándose junto a calcetines de deporte y revistas de moda que mi tío escondía en un desvencijado Dodge del 77, en cuyo interior descubrí lo placentero que resulta el roce del papel couché… siempre que sepas mantenerte alejado del afilado canto de las páginas.

En ese entorno, aprendí a ser indulgente con las rarezas de los demás. Nunca nadie se extrañó del odio visceral de mi padre a las aceitunas, ni de la colección de descomunales pendientes de mi madre, que acabaron desgarrándole los lóbulos de las orejas y la obligó a colocárselos con pegamento el resto de su vida, ni de que mi tío, cada vez que cerraba una venta, llevase unas bragas rotas en el bolsillo del pantalón.

Por eso nunca he entendido por qué mi familia le da tanta importancia, amor mío, a que seas un maniquí. A fin de cuentas ¿quién ha dicho que sea obligatorio amar a un ser humano?

R. DECKARD

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