domingo, 31 de mayo de 2009

RELATO Nº20

El tropiezo.

Siempre amó a su joven cuñada. En aquella familia donde disfrutaba del estatus de hombre recto, su mujer era un sólido muro utilitario que asesinaba sus deseos; sufría esa moral de las buenas obras e intenciones que tan bien provee el infierno interior de la insatisfacción.

A veces, por circunstacias familiares, ¡oh dioses!, podía dormir en la casa solariega solo con ella. Ocurría un par de veces al año. Esas noches de proximidad fueron noches de insomnio respetuoso, de fuego sin llamas.

Nadie sabía la ley de sus actos pero tenía el encanto de los demonios adolescentes. En cualquier momento acabarían vendiendo aquel caserón o ella volaría en amor caprichoso. ¿Qué podría oponer él? Le poseyó el deseo voraz de tener una imagen única de la cara entrevista en lucha con los sueños sobre cuya naturaleza se preguntaba una y otra vez.

Sería su talismán secreto en los tiempos ingratos que ya vislumbraba.

Un amigo fotógrafo le dijo que en penumbra era difícil pero con técnica y medios se podía conseguir.

Fueron meses de espera, de llevar todo ese equipo sofisticado en la maleta en cada viaje de reunión familiar. Al fin pudo entrar, como un ladrón, a la media luz de la amanecida. No un rostro, sino un cuerpo desnudo, abierto, se lanzó a sus ojos. Un estremecimiento profundo lo atravesó. Y nuestro enamorado salió de la habitación abandonando cámara y media vida.

Estuvo varios días taciturno hasta que anunció su partida.

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