domingo, 31 de mayo de 2009


RELATO Nº24

LOS PALOS DEL GALLINERO

En una de esas ciudades del sur se pusieron en práctica algunas ideas del utopista Bollaín: las cárceles se suprimieron, y fueron sustituidas por azoteas. Criminales, delincuentes y asesinos fueron conducidos, junto a un variopinto grupo compuesto por alcohólicos, hippies, drogadictos, pasotas, homosexuales y gitanos, al nivel superior de la ciudad. La supuesta peligrosidad social de estos individuos quedó inmediatamente desmentida: allí vivían todos pacífica y armónicamente, conforme a un ritmo natural y pausado, de tal manera que su ocupación principal consistía en dormir (se acostaban cada cuatro días, durmiendo entonces durante tres) y hacer el amor. El grado de felicidad que llegaron a alcanzar fue considerable.
La muchedumbre burguesa, que habitaba la cota cero, se vio por fin liberada de toda esa caterva de improductivos y maleantes, y pudo dedicarse a producir y consumir a pleno ritmo. Pero pronto apareció el problema de los residuos, un gran problema.
El urbanista Gastalver aportó la solución. Tras una rigurosa investigación histórica sobre el detritus, concluyó que la basura se imponía socialmente, siempre, de arriba abajo. Hubo entonces que tomar las azoteas, cosa que se hizo con suma facilidad mientras la mayoría dormía, y expulsar a sus moradores hacia la capa inferior.
La clase productiva pudo así deshacerse cómodamente de sus desperdicios, arrojándolos sin más a la cota cero. Una vez más, la inmundicia fue el medio con el que los de arriba sometieron a los de abajo, siguiendo las reglas de los palos del gallinero.

CARDENO

RELATO Nº23

LA ESQUINA DE CROWN

Es la hora de comer y a la esquina de Crown llegan los olores de los restaurantes. La calle, llena de pisadas, está desierta. Hasta los turistas parecen haberse escondido, dejando de correr de un punto a otro, abandonando la calle para atiborrar los garitos de comida rápida.
En la esquina, y contra todo pronóstico del tiempo, una raya de sol amarillo la cruza en diagonal. Justo allí se coloca el primero de ellos. Trae sombrero, chalequillo, camisa y pantalones negros. Se deja caer y asoman sus timbales, mientras se prepara un cigarrillo. Después llega el violín, con chaqueta de marinero y zapatillas de mil colores. La guitarra y el bajo, que vienen juntos, saludan en un difícil inglés al resto del grupo, sentado en la acera, mientras una pequeña batería empieza a tomar forma.
Botas de puntera texanas, gorros rusos, camisetas hechas en china y camisas inglesas de cuello duro se mezclan. La banda improvisada y con músicos nuevos e itinerantes toma forma. Risas, palmadas, notas desbocadas, 1,2,3 y empiezan a brillar.
Sin preludio, sin presentaciones, sin más, el violín se hace con la calle y todos le siguen a paso de rock para acompañar un Waltzing Matilda mestizo. Los turistas y los demás vuelven a aparecer y se hacen fervientes espectadores en el otro lado de la acera. Suenan las primeras monedas. La calle está llena y viva. Siguen cayendo con más fuerza unas sobre otras. Aplausos. Todo se mueve en la esquina de Crown.

Pétula Clark

RELATO Nº22

HUMO


Caminaba tratando de olvidar y sus ojos se dirigían al asfalto, e invariablemente, la vista se posaba en las cajetillas de tabaco y leía, como en una esquela: “Fumar acorta la vida”. Esta vez, el martilleo monótono en las sienes, de pura repetición, era políglota: “Smoking kills”. Cualquier chispa le devolvía su mirada, envuelta detrás del humo y las gafas, cigarrillo en mano, como otro dedo más, sólo que más blanco. Ahora su rostro se dibujaba, insistente, de día y se presentía de noche, y en el despertar sobresaltado, le decía –sonriendo-: calma, estoy aquí. Sí, en la otra almohada.

No quiso decirle nada, solo una frase enigmática: Me gustaría haber hecho algo más por ti, pero no pude. Desolación sin despedida porque el peón prefirió, en su última jugada, no decirle a la reina que dejaría el tablero, oculto bajo una mascarilla de oxígeno. Y el dolor se queda atrapado en la cajetilla, y las cenizas ya no están en un cenicero cualquiera, sino esparcidas en la mar en calma que tanto le gustaba. Así que irá a la máquina de tabaco, pedirá una cerveza, deslizará la uña torpemente, deshaciéndose del papel, escribirá su nombre dentro. Y sobre el cenicero, prenderá ella fuego al paquete, a ver si así, la llama que purifica, le devuelve un poco de paz.

LUCKY

RELATO Nº21

La Balada de los Desdentados


Desactivada la banda de “ancianos en rebeldía” que desconcertó a la Policía durante semanas
Toman al asalto el enorme piso de la calle Princesa donde se habían fortificado entorno a la figura de Luis Vives, catedrático jubilado de Derecho Mercantil.

“Una insurrección de viejos desbocados”, en palabras del Jefe de Policía, JLPD, fue disuelta en la madrugada del martes, tras cinco semanas de asaltos y desmanes en puntos discrecionales de Madrid. En total fueron detenidas once personas de ambos sexos no menores de la sesentena (“Abogados, bodegueros y profesores… calzados de lujo o semidesnudos, impecables y llagados”) y confiscadas tres armas; esparcidos por el piso de la vivienda, decenas de libros “desde Lautréamont a Spengler”, restos de papelinas, botellas y diverso material pornográfico. Entre sus golpes más significados cuentan el atraco a tres farmacias de la zona (“saqueaban diazepan”), graffitis ofensivos en edificios públicos contra políticos, periodistas, miembros del mundo académico… el sabotaje eléctrico

de la ceremonia de los Goya (con pintada: “Sois Espermicida para las Ideas”) o la lectura a punta de pistola de un poema de Villon en un acto del Círculo de Bellas Artes. En el momento de la detención, algunos conjurados copulaban dispersos por el inmueble; “La picadura de la avispa”, argumentaron. Otros merodeaban, delirantes, la muerte por autoenvenamiento de su líder – alertado de la delación de uno de ellos -, que yacía en su lecho frente a una enorme inscripción en la pared, de su propio puño: “Tiempo voraz, embótale al león la garra…”

RELATO Nº20

El tropiezo.

Siempre amó a su joven cuñada. En aquella familia donde disfrutaba del estatus de hombre recto, su mujer era un sólido muro utilitario que asesinaba sus deseos; sufría esa moral de las buenas obras e intenciones que tan bien provee el infierno interior de la insatisfacción.

A veces, por circunstacias familiares, ¡oh dioses!, podía dormir en la casa solariega solo con ella. Ocurría un par de veces al año. Esas noches de proximidad fueron noches de insomnio respetuoso, de fuego sin llamas.

Nadie sabía la ley de sus actos pero tenía el encanto de los demonios adolescentes. En cualquier momento acabarían vendiendo aquel caserón o ella volaría en amor caprichoso. ¿Qué podría oponer él? Le poseyó el deseo voraz de tener una imagen única de la cara entrevista en lucha con los sueños sobre cuya naturaleza se preguntaba una y otra vez.

Sería su talismán secreto en los tiempos ingratos que ya vislumbraba.

Un amigo fotógrafo le dijo que en penumbra era difícil pero con técnica y medios se podía conseguir.

Fueron meses de espera, de llevar todo ese equipo sofisticado en la maleta en cada viaje de reunión familiar. Al fin pudo entrar, como un ladrón, a la media luz de la amanecida. No un rostro, sino un cuerpo desnudo, abierto, se lanzó a sus ojos. Un estremecimiento profundo lo atravesó. Y nuestro enamorado salió de la habitación abandonando cámara y media vida.

Estuvo varios días taciturno hasta que anunció su partida.

viernes, 29 de mayo de 2009

RELATO Nº19

Minuto de gloria
Por Suli Mon



Una sirena; eso, una sirena. Pero una sirena de verdad, una sirena de carne y hueso. Una sirena de piernas largas saliendo del mar, literalmente.
Yo estaba tumbado al sol, arena adentro, y levanté mi cabeza unos centímetros. No sé, algo hizo que me irguiera en ese preciso instante. Ella, seguro.
Mis codos apoyados en la toalla de sirenas plateadas, un regalo de mi madre medio bruja, y el derecho doliéndome a rabiar. Tenía una china debajo, pero yo, incapaz de movimiento alguno. Edith retando a Dios, inmóvil para siempre. Ondas doradas chorreando el mar hombros abajo, y todas las olas de su cuerpo de sirena en movimiento hacia mí. Hacia mí sin mirarme ni una vez sus ojos verdes, la diosa del mar. Y ciega de mí tropezó conmigo. Mis piernas inertes, ya digo, mi cuerpo entero yerto.
Cayó encima de mí, justo encima de mí. Su pelo en mi boca, su aliento en mi cuello, sus rodillas clavadas como clavos en las mías -ni una pizca de dolor, lo juro-. Mi mano izquierda en su cintura frágil, la derecha en la cadera, creo, su piel abrazándome, abrasándome. Lo que tardó en recuperarse, ni un minuto sería.