domingo, 31 de mayo de 2009

RELATO Nº24

LOS PALOS DEL GALLINERO

En una de esas ciudades del sur se pusieron en práctica algunas ideas del utopista Bollaín: las cárceles se suprimieron, y fueron sustituidas por azoteas. Criminales, delincuentes y asesinos fueron conducidos, junto a un variopinto grupo compuesto por alcohólicos, hippies, drogadictos, pasotas, homosexuales y gitanos, al nivel superior de la ciudad. La supuesta peligrosidad social de estos individuos quedó inmediatamente desmentida: allí vivían todos pacífica y armónicamente, conforme a un ritmo natural y pausado, de tal manera que su ocupación principal consistía en dormir (se acostaban cada cuatro días, durmiendo entonces durante tres) y hacer el amor. El grado de felicidad que llegaron a alcanzar fue considerable.
La muchedumbre burguesa, que habitaba la cota cero, se vio por fin liberada de toda esa caterva de improductivos y maleantes, y pudo dedicarse a producir y consumir a pleno ritmo. Pero pronto apareció el problema de los residuos, un gran problema.
El urbanista Gastalver aportó la solución. Tras una rigurosa investigación histórica sobre el detritus, concluyó que la basura se imponía socialmente, siempre, de arriba abajo. Hubo entonces que tomar las azoteas, cosa que se hizo con suma facilidad mientras la mayoría dormía, y expulsar a sus moradores hacia la capa inferior.
La clase productiva pudo así deshacerse cómodamente de sus desperdicios, arrojándolos sin más a la cota cero. Una vez más, la inmundicia fue el medio con el que los de arriba sometieron a los de abajo, siguiendo las reglas de los palos del gallinero.

CARDENO

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