viernes, 29 de mayo de 2009

RELATO Nº15

Oblongo

Nací en una tribu caníbal de un país centroafricano cuyo nombre omitiré por no dar pistas a la Santa Sede.
Cada año, con la luna de septiembre, llegaban nuevos misioneros, dos cada vez, jóvenes que sustituían a los que peor aguantaban. A nosotros sólo nos importaba si los novicios tenían carnes o no.
Con una de aquellas lunas llegó uno sonrosado y ausente. Daba gusto verlo. La sotana blanca marcaba sus curvas con rigor.
Mis antepasados se lo comieron de inmediato y todos recuerdan el festín con delectación. Sólo mi madre se quejó. Como primera dama, tenía derecho a comerse el pene del sacrificado. Pero el misionero resultó tenerlo tan pequeño que ella no se lo comió, se lo quedó como amuleto, pendiente del cuello. Mamá solía chupetear aquel colgante cuando se agitaba.
Nueve meses después nací yo. Según papá, tengo los mofletes y el color del misionero gordito. Además, la longitud de mi pene me ha impedido entrar en el cuerpo de una hembra, por lo que renuncié a heredar la jefatura de la tribu. Ahora es mi querido hermano Oblongo quien manda. A mí me da igual. Mientras él me mantenga en el turno de sus visitas nocturnas —soy el cuarto, tras sus tres esposas— y me fecunde una vez a la semana, seré feliz.
Lo que no quiero es que el Vaticano sepa de mí. Podrían considerarme hijo del cuerpo y repatriarme a Roma. Me moriría sin los dulces empujones semanales que Oblongo guarda para mí.

Seudónimo: Mariadelmonte

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