viernes, 29 de mayo de 2009

RELATO Nº18

Los cateados

Llegó juguetón junio, con su calor de estreno y su bochorno, y llenó sus catorce de sonrojo, anunciándonos cates y un estío por delante enfermo de ciudad, sin viajes y sin padres, mi hieródula de colegio de monjas, mi recuerdo más limpio, y nos condenó a estudiar, mañanas frescas al alba de los libros, y tardes abrasantes, al ocaso violento del mediodía incendiario, de las bibliotecas vacías y calmadas a su cuarto de juegos, donde seguíamos aprendiendo aritmética inglesa, geografía y deseo.

Después nos embistió un julio libertino de pecado, porque nos enseñamos otras ciencias distintas, porque nos ensañamos a silencios discretos y caricias primeras, mi falda tableada de colegio de pago, mi virgen matemática.

En agosto todo era ya un infarto y ella era ya otra ella, a la que nadie conocía aún, a través de su sexo descubierto la única tarde libre de mi vida, con la sangre primera, con la veneración, con mi primera vez, que queda para siempre erigida en verdad, en prólogo, en victoria, en vocación y religión antigua, mi vacación, mi playa, mi museo.

Y llegó al fin septiembre, ángel exterminador de brisa de luz fría, guillotina del tiempo de mi colegiala cateada, y aprobamos la triste reválida del pasado, y llegó la matrícula de los otoños negros.

Aún la contemplo nítida estudiando química del olvido, apartándose un rizo cobrizo de la frente, mordiendo su bolígrafo mordido, y, sobre todo, aquella sangre rubia y carnosa, primera y digna, principio de mi carne de delirio.

ANÓNIMO

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