domingo, 31 de mayo de 2009


RELATO Nº24

LOS PALOS DEL GALLINERO

En una de esas ciudades del sur se pusieron en práctica algunas ideas del utopista Bollaín: las cárceles se suprimieron, y fueron sustituidas por azoteas. Criminales, delincuentes y asesinos fueron conducidos, junto a un variopinto grupo compuesto por alcohólicos, hippies, drogadictos, pasotas, homosexuales y gitanos, al nivel superior de la ciudad. La supuesta peligrosidad social de estos individuos quedó inmediatamente desmentida: allí vivían todos pacífica y armónicamente, conforme a un ritmo natural y pausado, de tal manera que su ocupación principal consistía en dormir (se acostaban cada cuatro días, durmiendo entonces durante tres) y hacer el amor. El grado de felicidad que llegaron a alcanzar fue considerable.
La muchedumbre burguesa, que habitaba la cota cero, se vio por fin liberada de toda esa caterva de improductivos y maleantes, y pudo dedicarse a producir y consumir a pleno ritmo. Pero pronto apareció el problema de los residuos, un gran problema.
El urbanista Gastalver aportó la solución. Tras una rigurosa investigación histórica sobre el detritus, concluyó que la basura se imponía socialmente, siempre, de arriba abajo. Hubo entonces que tomar las azoteas, cosa que se hizo con suma facilidad mientras la mayoría dormía, y expulsar a sus moradores hacia la capa inferior.
La clase productiva pudo así deshacerse cómodamente de sus desperdicios, arrojándolos sin más a la cota cero. Una vez más, la inmundicia fue el medio con el que los de arriba sometieron a los de abajo, siguiendo las reglas de los palos del gallinero.

CARDENO

RELATO Nº23

LA ESQUINA DE CROWN

Es la hora de comer y a la esquina de Crown llegan los olores de los restaurantes. La calle, llena de pisadas, está desierta. Hasta los turistas parecen haberse escondido, dejando de correr de un punto a otro, abandonando la calle para atiborrar los garitos de comida rápida.
En la esquina, y contra todo pronóstico del tiempo, una raya de sol amarillo la cruza en diagonal. Justo allí se coloca el primero de ellos. Trae sombrero, chalequillo, camisa y pantalones negros. Se deja caer y asoman sus timbales, mientras se prepara un cigarrillo. Después llega el violín, con chaqueta de marinero y zapatillas de mil colores. La guitarra y el bajo, que vienen juntos, saludan en un difícil inglés al resto del grupo, sentado en la acera, mientras una pequeña batería empieza a tomar forma.
Botas de puntera texanas, gorros rusos, camisetas hechas en china y camisas inglesas de cuello duro se mezclan. La banda improvisada y con músicos nuevos e itinerantes toma forma. Risas, palmadas, notas desbocadas, 1,2,3 y empiezan a brillar.
Sin preludio, sin presentaciones, sin más, el violín se hace con la calle y todos le siguen a paso de rock para acompañar un Waltzing Matilda mestizo. Los turistas y los demás vuelven a aparecer y se hacen fervientes espectadores en el otro lado de la acera. Suenan las primeras monedas. La calle está llena y viva. Siguen cayendo con más fuerza unas sobre otras. Aplausos. Todo se mueve en la esquina de Crown.

Pétula Clark

RELATO Nº22

HUMO


Caminaba tratando de olvidar y sus ojos se dirigían al asfalto, e invariablemente, la vista se posaba en las cajetillas de tabaco y leía, como en una esquela: “Fumar acorta la vida”. Esta vez, el martilleo monótono en las sienes, de pura repetición, era políglota: “Smoking kills”. Cualquier chispa le devolvía su mirada, envuelta detrás del humo y las gafas, cigarrillo en mano, como otro dedo más, sólo que más blanco. Ahora su rostro se dibujaba, insistente, de día y se presentía de noche, y en el despertar sobresaltado, le decía –sonriendo-: calma, estoy aquí. Sí, en la otra almohada.

No quiso decirle nada, solo una frase enigmática: Me gustaría haber hecho algo más por ti, pero no pude. Desolación sin despedida porque el peón prefirió, en su última jugada, no decirle a la reina que dejaría el tablero, oculto bajo una mascarilla de oxígeno. Y el dolor se queda atrapado en la cajetilla, y las cenizas ya no están en un cenicero cualquiera, sino esparcidas en la mar en calma que tanto le gustaba. Así que irá a la máquina de tabaco, pedirá una cerveza, deslizará la uña torpemente, deshaciéndose del papel, escribirá su nombre dentro. Y sobre el cenicero, prenderá ella fuego al paquete, a ver si así, la llama que purifica, le devuelve un poco de paz.

LUCKY

RELATO Nº21

La Balada de los Desdentados


Desactivada la banda de “ancianos en rebeldía” que desconcertó a la Policía durante semanas
Toman al asalto el enorme piso de la calle Princesa donde se habían fortificado entorno a la figura de Luis Vives, catedrático jubilado de Derecho Mercantil.

“Una insurrección de viejos desbocados”, en palabras del Jefe de Policía, JLPD, fue disuelta en la madrugada del martes, tras cinco semanas de asaltos y desmanes en puntos discrecionales de Madrid. En total fueron detenidas once personas de ambos sexos no menores de la sesentena (“Abogados, bodegueros y profesores… calzados de lujo o semidesnudos, impecables y llagados”) y confiscadas tres armas; esparcidos por el piso de la vivienda, decenas de libros “desde Lautréamont a Spengler”, restos de papelinas, botellas y diverso material pornográfico. Entre sus golpes más significados cuentan el atraco a tres farmacias de la zona (“saqueaban diazepan”), graffitis ofensivos en edificios públicos contra políticos, periodistas, miembros del mundo académico… el sabotaje eléctrico

de la ceremonia de los Goya (con pintada: “Sois Espermicida para las Ideas”) o la lectura a punta de pistola de un poema de Villon en un acto del Círculo de Bellas Artes. En el momento de la detención, algunos conjurados copulaban dispersos por el inmueble; “La picadura de la avispa”, argumentaron. Otros merodeaban, delirantes, la muerte por autoenvenamiento de su líder – alertado de la delación de uno de ellos -, que yacía en su lecho frente a una enorme inscripción en la pared, de su propio puño: “Tiempo voraz, embótale al león la garra…”

RELATO Nº20

El tropiezo.

Siempre amó a su joven cuñada. En aquella familia donde disfrutaba del estatus de hombre recto, su mujer era un sólido muro utilitario que asesinaba sus deseos; sufría esa moral de las buenas obras e intenciones que tan bien provee el infierno interior de la insatisfacción.

A veces, por circunstacias familiares, ¡oh dioses!, podía dormir en la casa solariega solo con ella. Ocurría un par de veces al año. Esas noches de proximidad fueron noches de insomnio respetuoso, de fuego sin llamas.

Nadie sabía la ley de sus actos pero tenía el encanto de los demonios adolescentes. En cualquier momento acabarían vendiendo aquel caserón o ella volaría en amor caprichoso. ¿Qué podría oponer él? Le poseyó el deseo voraz de tener una imagen única de la cara entrevista en lucha con los sueños sobre cuya naturaleza se preguntaba una y otra vez.

Sería su talismán secreto en los tiempos ingratos que ya vislumbraba.

Un amigo fotógrafo le dijo que en penumbra era difícil pero con técnica y medios se podía conseguir.

Fueron meses de espera, de llevar todo ese equipo sofisticado en la maleta en cada viaje de reunión familiar. Al fin pudo entrar, como un ladrón, a la media luz de la amanecida. No un rostro, sino un cuerpo desnudo, abierto, se lanzó a sus ojos. Un estremecimiento profundo lo atravesó. Y nuestro enamorado salió de la habitación abandonando cámara y media vida.

Estuvo varios días taciturno hasta que anunció su partida.

viernes, 29 de mayo de 2009

RELATO Nº19

Minuto de gloria
Por Suli Mon



Una sirena; eso, una sirena. Pero una sirena de verdad, una sirena de carne y hueso. Una sirena de piernas largas saliendo del mar, literalmente.
Yo estaba tumbado al sol, arena adentro, y levanté mi cabeza unos centímetros. No sé, algo hizo que me irguiera en ese preciso instante. Ella, seguro.
Mis codos apoyados en la toalla de sirenas plateadas, un regalo de mi madre medio bruja, y el derecho doliéndome a rabiar. Tenía una china debajo, pero yo, incapaz de movimiento alguno. Edith retando a Dios, inmóvil para siempre. Ondas doradas chorreando el mar hombros abajo, y todas las olas de su cuerpo de sirena en movimiento hacia mí. Hacia mí sin mirarme ni una vez sus ojos verdes, la diosa del mar. Y ciega de mí tropezó conmigo. Mis piernas inertes, ya digo, mi cuerpo entero yerto.
Cayó encima de mí, justo encima de mí. Su pelo en mi boca, su aliento en mi cuello, sus rodillas clavadas como clavos en las mías -ni una pizca de dolor, lo juro-. Mi mano izquierda en su cintura frágil, la derecha en la cadera, creo, su piel abrazándome, abrasándome. Lo que tardó en recuperarse, ni un minuto sería.


RELATO Nº18

Los cateados

Llegó juguetón junio, con su calor de estreno y su bochorno, y llenó sus catorce de sonrojo, anunciándonos cates y un estío por delante enfermo de ciudad, sin viajes y sin padres, mi hieródula de colegio de monjas, mi recuerdo más limpio, y nos condenó a estudiar, mañanas frescas al alba de los libros, y tardes abrasantes, al ocaso violento del mediodía incendiario, de las bibliotecas vacías y calmadas a su cuarto de juegos, donde seguíamos aprendiendo aritmética inglesa, geografía y deseo.

Después nos embistió un julio libertino de pecado, porque nos enseñamos otras ciencias distintas, porque nos ensañamos a silencios discretos y caricias primeras, mi falda tableada de colegio de pago, mi virgen matemática.

En agosto todo era ya un infarto y ella era ya otra ella, a la que nadie conocía aún, a través de su sexo descubierto la única tarde libre de mi vida, con la sangre primera, con la veneración, con mi primera vez, que queda para siempre erigida en verdad, en prólogo, en victoria, en vocación y religión antigua, mi vacación, mi playa, mi museo.

Y llegó al fin septiembre, ángel exterminador de brisa de luz fría, guillotina del tiempo de mi colegiala cateada, y aprobamos la triste reválida del pasado, y llegó la matrícula de los otoños negros.

Aún la contemplo nítida estudiando química del olvido, apartándose un rizo cobrizo de la frente, mordiendo su bolígrafo mordido, y, sobre todo, aquella sangre rubia y carnosa, primera y digna, principio de mi carne de delirio.

ANÓNIMO

RELATO Nº17

Tatuajes gemelos


Habíamos decidido hacernos un tatuaje en el culo, en la parte alta del cachete derecho, los dos el mismo, idénticos. Estaba elegido el tatuador y cerrada la cita. También estaba acordado el tamaño y el número de colores que rellenarían el dibujo.

En lo único en lo que no nos pusimos de acuerdo fue en el motivo que ornaría nuestros traseros tan diferentes, igualándolos en cierto modo, de por vida, hasta algo después de nuestras muertes, si es que ninguno de los dos era incinerado.

Discutimos durante semanas. Él se empeñaba en sellar nuestro amor con un motivo floral y yo veía más apropiado algo étnico. Los argumentos de cada uno ganaban reciedumbre conforme se esgrimían una y otra vez. Las disputas se enconaron de tal modo que la tensión se hizo insoportable. A ninguno de los dos se nos ocurrió apelar a la distensión argumentando lo más fácil: que lo de emparejar nuestros culos era la sublimación de nuestro amor.

Un día, las porfías sobre los tatuajes gemelos cesaron y poco después, él se fue.

Por supuesto que hoy no tengo un tatuaje étnico en el cachete derecho, en su parte alta, pero tampoco tengo ningún otro. Lo que tengo es una nalga solitaria, blanca, lisa y algo fofa, y cuando me la miro, no es el cuello lo único que me duele.

LA EXILIADA

RELATO Nº16

IMPOSIBLE



Querido Paco:


De muchos escritores, cuya obra no cabría en las lindes de mi estudio, aparecen póstumamente varios tomos de correspondencia. Es admirable la capacidad para generar palabras de algunos sujetos. Yo, en mis mejores momentos, soy capaz de generar una frase por semana. Cuatro al mes. Cuarenta y ocho en un año. Por eso, en toda mi vida, solo he escrito cinco o diez poemas buenos y medio centenar de páginas aceptables.
Pedirme un buen relato, Paco, es como pedirle un crédito a un pordiosero. Imposible.


Mar

RELATO Nº15

Oblongo

Nací en una tribu caníbal de un país centroafricano cuyo nombre omitiré por no dar pistas a la Santa Sede.
Cada año, con la luna de septiembre, llegaban nuevos misioneros, dos cada vez, jóvenes que sustituían a los que peor aguantaban. A nosotros sólo nos importaba si los novicios tenían carnes o no.
Con una de aquellas lunas llegó uno sonrosado y ausente. Daba gusto verlo. La sotana blanca marcaba sus curvas con rigor.
Mis antepasados se lo comieron de inmediato y todos recuerdan el festín con delectación. Sólo mi madre se quejó. Como primera dama, tenía derecho a comerse el pene del sacrificado. Pero el misionero resultó tenerlo tan pequeño que ella no se lo comió, se lo quedó como amuleto, pendiente del cuello. Mamá solía chupetear aquel colgante cuando se agitaba.
Nueve meses después nací yo. Según papá, tengo los mofletes y el color del misionero gordito. Además, la longitud de mi pene me ha impedido entrar en el cuerpo de una hembra, por lo que renuncié a heredar la jefatura de la tribu. Ahora es mi querido hermano Oblongo quien manda. A mí me da igual. Mientras él me mantenga en el turno de sus visitas nocturnas —soy el cuarto, tras sus tres esposas— y me fecunde una vez a la semana, seré feliz.
Lo que no quiero es que el Vaticano sepa de mí. Podrían considerarme hijo del cuerpo y repatriarme a Roma. Me moriría sin los dulces empujones semanales que Oblongo guarda para mí.

Seudónimo: Mariadelmonte

RELATO Nº14

ESPERÁNDOLE

Los lunes, Pablo olvidaba su pasado y abría un nuevo capítulo al presente. No tenía que soñar. El puente hacia la otra orilla estaba tendido y solo debía acomodar su espera. Llegaba siempre el primero. Cerraba la puerta y el mundo de los otros quedaba tras de sí, desaparecía, y ante él, de nuevo, la habitación de aquel hotel que encerraba su parte mas oculta, la mejor .
En la espera, tejía lazos con el tiempo y de ellos iba colgando su ropa, hasta quedar desnudo. Sobre la cama hundía su sexo en la almohada hasta mojarla, pero retenía su deseo final , todavía un poco más, hasta que él llegara.


Samuel

RELATO Nº13

CINCUENTA Y UN ESCALONES

Uno, dos, tres, cuatro escalones. Cinco, seis, siete, los voy contando. Ocho nueve diez... se había convertido en un ritual diario para mí. Cada vez que subía a casa contaba los escalones que me separaban de la calle.
Lo hice durante años.
Únicamente cuando subía.
Y había cincuenta y uno.
Cincuenta y un escalones.
Hasta que algo extraño sucedió una noche. Como siempre, subí. Como siempre, conté. En lugar de los consabidos cincuenta y uno, resultaron ser cincuenta y dos. Inmediatamente, pensé que me había equivocado en mi cálculo rutinario, ¿qué otra cosa podía pensar?.
Pero, al día siguiente, cuando regresaba de trabajar, me salieron cincuenta y tres.
Desconcertada, bajé corriendo.
Nerviosa.
Y volví a subir.
Muy despacito.
Contando.
Y ya eran cincuenta y cuatro.
No podía dar crédito a semejante disparate.
Así que repetí la operación.
Bajar.
Subir.
Contar.
Pero cada vez que subía me encontraba con un escalón más.
El resultado final fue que pasé de vivir en un tercero a vivir en un cuarto.
Tuve que parar si no quería acabar convirtiendo mi edificio en un rascacielos.
Un rascacielos sin ascensor.
Me costó mucho, muchísimo, acostumbrarme a dejar de contar.



JAIPUR

RELATO Nº12

EL AMOR ES ASÍ



Me gusta volver una y otra vez sobre esta frase: “el amor, al igual que el fútbol, es así”. Soy periodista deportivo y, por aquél entonces, creía que mi partido sentimental estaba ganado. Fueron muchos los años de dominio, claramente infructuoso, sobre el terreno de juego; es decir, de teórica felicidad conyugal.

Más todo se truncó. Tras un cambio de estrategia inesperado, me encontré encerrado en mi propia área y despejando balones endemoniados, que disparaba un ariete argentino de dura pegada, ante el que mi pobre Eva sucumbió. Como marido, directamente, descendí de categoría.

Intenté forzar la prórroga de nuestra relación a base de incursiones al borde de su área, cual delantero rompedor: regalos, cenas románticas, fines de semana en hotelitos con encanto… ¡Nada!, mis intentos por introducir el esférico dentro de su red chocaban, una vez tras otra, contra el poste de su indiferencia. Estaba claro, Leonardo Lampela, pues así se llamaba el rubio porteño, me había robado a mi Eva sin posibilidad de recuperarla. El tiempo se me escurría de las manos como el balón a un portero inseguro; haberla perdido fue como perder mi propia Liga.

Pero “el amor, al igual que el fútbol, es así”: Hoy estás al borde del descenso y una buena racha goleadora te mete en puestos de Champions. Eso me sucedió cuando conocí a Zoya, quien, cual media punta eslava, supo romper la defensa de mi corazón, marcando goles antológicos y cargados de pasión.

El fútbol es así…

BRONTË

RELATO Nº11

LA LLAMADA


La señorita Jones salió del ascensor del piso 29 con la impresión de que algo no iba bien. El rótulo de 'The Magazine', abandonado sobre la acera, le había señalado su hora: “Me again”.
Tenía que ser él.
Él, que la había invocado día y noche, irremediablemente, desde el trino rítmico y melodioso del canario al levantar el paño que cubría su vigilia. Desde el llanto insomne de un bebé desconocido. Desde la música ambiente del supermercado. Cuando la voz rota del taxista: “No le importará a usted que cante, ¿verdad?”.
Siempre él, desde la tarde en que la telefoneó, hacía hoy cuarenta años y un día, para decirle “Ya no te quiero”.
Ésta, sin embargo, era la primera que la llamaba a través del titular de un periódico, cuando hacía tanto que la costumbre se había instalado en su apartamento como única compañera.
Sabía que estaría allí, al final del pasillo. Llamó al timbre y sintió sus pasos detrás de la puerta. Lentos, grises.
“Así que era eso” -pensó.
Estaba cambiado: la barba cana, ligeramente inclinada sobre el pecho; el pelo ralo, descuidado. Y los ojos cansinos, gastados, muy lejos de aquella mirada entusiasta de otros tiempos. “Me muero” –afirmó Paul- “No hay remedio. Estaba seguro de que vendrías”.
La señorita Jones lo besó en los labios. “Estoy aquí”.
Luego, de la mano, se asomaron al ventanal del piso 29 y se echaron a volar sobre los recuerdos. “Mine” sonaba en la emisora local, dulce anagrama de notas incendiadas.



(Seudónimo: Ludwig)

RELATO Nº10

Al fondo del cajón.

…hay un poema pequeñito del que nunca nadie me ha preguntado nada, la verdad es que yo pienso que no es de los mejores que he escrito, pero cuando siento es del que más me enorgullezco. Es posible que sea así por que es íntimo, tan leve, que describe una sensación, un sentimiento que me es totalmente propio y reconocible… y a la vez es el fracaso de mi escritura por haber sido inaccesible a los que lo han leído; y si bien es cierto que en alguna antología de mis escritos aparece, los antólogos -cuando haciéndome el longui les pregunté el por qué había sido recogido- solo me contestan, en el mejor de los casos, que si está ahí en por que les ha generado una incertidumbre y no saben bien qué pensar de él.
Ahora que se me ha escapado donde me reconozco me imagino a los amigo corriendo a buscar entre los volúmenes el jodido poema, que es lo que hay ahí que no han visto...pero ya es a toro pasado, ya esa duda no les va a ser resuelta, la especulación sobre un amigo va continuar, ahora que me he muerto.

RAS

RELATO Nº9

Noches con Teresa

“Polla dura no cree en Dios, cariño.” “No seas imbécil. Te estoy hablando en serio.” Tomás no sabe bien qué contestar. En realidad no sabe si debe decir algo o no. “Yo también hablo en serio.”, se atreve. “El sentimiento religioso es algo natural en el ser humano. No puedes discutirme eso.” “Yo no te lo discuto.” “Pues pareciera que sí.” Tomás cierra los ojos y gime. “Lo único que te digo es que Jesús dijo que ningún hombre puede hacerse merecedor de la misericordia de Dios por si mismo.”, parece que dice Tomás entre suspiros. “Oye mira, si te pones así, lo dejamos.”, contesta Teresa deteniéndose y jadeando. “No, no, si no me pongo de ninguna manera.” Teresa prosigue: “El mensaje de Jesús es claro: amaos los unos a los otros.” “Pues eso. Pero…” “Pero, ¿qué?” A Tomás le cuesta razonar. El corazón le late a mil por hora. “A mí Jesucristo me da mala espina. Un hombre que cree en el castigo eterno del infierno no puede ser muy de fiar.” No hay respuesta. Teresa parece estar en trance, con la cabeza hacia arriba, sin parar de moverse, a horcajadas sobre Tomás. Suelta un grito y Tomás cree que le va a dar una hostia por lo que ha dicho. Pero después de unos segundos ella se destensa y le mira y le sonríe. “Piensa lo que quieras, cielo.”, dice Teresa derrumbándose en su pecho. “Dios, Dios, Dioooos”, grita Tomás temblándole todo. “Lo ves.”, dice Teresa.

BIRALBO

RELATO Nº8

EL ARREPENTIMIENTO

Cuando a Carlitos le mandaron un trabajo de religión, él que ya era imaginativo y apuntaba maneras, escribió: “ En el último momento, antes de expirar, Cristo pudo ver los siglos de historia que el hombre realizaría con su libre albedrío, en ese instante, con gran pesar, se arrepintió de todo cuanto había sufrido y sólo le consolaba saber que su Padre, al menos, lo resucitaría al tercer día”.
El profesor de religión, al ver el trabajo, tuvo una larga charla con Carlitos, en la cual intentó demostrarle que ese arrepentimiento no podía ser de ninguna de las maneras. Por supuesto, tuvo que repetir el trabajo y hacer un resumen de uno de los Evangelios.

LILITH

RELATO Nº7

El imitador



Nadie quería ser el primero en confesar a Ernesto Cambrin su verdadera opinión sobre el relato que acababa de escribir. Le habían alabado la técnica, el estilo, el tono, pero…
Sólo Amalia Cruz se atrevió a decirle que aquel relato era una clara imitación de Borges. Ernesto se sorprendió, apenas había leído al bonaerense, pero se resignó a desterrar aquellas ideas góticas y laberínticas de sus ganas. Escribió otro relato. Nuevamente Amalia le advirtió que había copiado, magistralmente, el estilo de Carver. Ernesto casi enloqueció. Escribía compulsivamente cada semana un nuevo relato. Acertadas imitaciones de Asimov, Bradbury, Calvino, Cortazar, incluso de Bukowski desfilaron por aquella reunión. Ernesto, desesperado, aseguraba que no copiaba, que le salía así.
Una semana llegó y entregó diez folios. Mientras lo leían, preguntándose a qué genio literario le tocaría el turno, se dieron cuenta de que no se parecía a nada que hubieran leído antes. Genial. Rabiosamente original. Quedaron maravillados, ensalzando hasta la saciedad su arte contador. Ernesto sonrió tristemente y tras ese día no apareció más por aquellas reuniones. Amalia se lo encontró mucho tiempo después, y contaba cómo él le había explicado que había perdido el entusiasmo en la escritura. Todo lo que en forma de idea fascinante le conquistaba del proceso creador ya parecía haberlo escrito alguien antes, y que si quitaba eso, sólo escribiría relatos como los del último día. Cuando Amalia le señaló que aquel relato era una obra maestra, le dijo antes de despedirse: Sí, pero no es mi estilo.

THE YOUNG MAUD

RELATO Nº6

PAN CON PAN…



“Me gusta el porno-gay. Disfruto con las saunas y los cuerpos musculados. Estoy siempre abierto a nuevas sensaciones”.

Este fue el primer anuncio que publiqué en la página de contactos masgays.com.

Siempre presentí que mi futuro estaría abocado a gozar de cuerpos ocasionales y, obviamente, con hombres fuertes y dominantes. He de reconocer que recibí muchas ofertas, con algunas de las cuales pasé buenos ratos. Pero, a pesar de ello, mi vida amorosa iba de fracaso en fracaso.

Un día, cenando en casa de unos amigos, conocí a Chemi, Él era tan frágil como yo; precisamente lo que nunca había buscado ni querido: una humilde violeta. Y, contra todo pronóstico, mi vida cambió…

El próximo sábado celebramos una fiesta en casa para ver el Festival de Eurovisión. ¡Seguro que acertamos todas las votaciones! Si queréis, estáis invitados.

BERTIE WOOSTER

RELATO Nº5

Amor mío


Mi padre tenía un manicomio en el pueblo de Barbate, entre la casa de putas y el desguace de coches de mi tío Anselmo. Estaba pintado de blanco para distinguirlo del puticlub y evitar que durante la noche se mezclasen los clientes, aunque al final nunca pudimos evitar que los locos acabasen refregándose entre los muslos de la “Chen”, ni que algún putero borracho y despistado terminase tirándose a una interna del centro.

Toda mi infancia transcurrió entre locos que comían bombillas para encontrar su luz interior, putas retiradas charlando al sol, sostenes de fantasía secándose junto a calcetines de deporte y revistas de moda que mi tío escondía en un desvencijado Dodge del 77, en cuyo interior descubrí lo placentero que resulta el roce del papel couché… siempre que sepas mantenerte alejado del afilado canto de las páginas.

En ese entorno, aprendí a ser indulgente con las rarezas de los demás. Nunca nadie se extrañó del odio visceral de mi padre a las aceitunas, ni de la colección de descomunales pendientes de mi madre, que acabaron desgarrándole los lóbulos de las orejas y la obligó a colocárselos con pegamento el resto de su vida, ni de que mi tío, cada vez que cerraba una venta, llevase unas bragas rotas en el bolsillo del pantalón.

Por eso nunca he entendido por qué mi familia le da tanta importancia, amor mío, a que seas un maniquí. A fin de cuentas ¿quién ha dicho que sea obligatorio amar a un ser humano?

R. DECKARD

RELATO Nº4

HÍPICA MALSANA



El caballo estaba a punto de reventar. Pero aguantaba. Cinco horas sin parar o tal vez cinco siglos de carrera continuada. Espumarajos por la boca, sangre y sudor a chorros desde el cuello hasta los ijares, y las tiras de cuero de la fusta (con el mango religado a mi muñeca y la empuñadura plateada, a la manera de la que gastan los gauchos) lacias de tanto pegar.
Mi montura no podía más y los perseguidores invisibles, cabalgando a lomos de corceles alados, inasequibles a la fatiga y al instinto de supervivencia, cada vez más cerca.
Un entero, un medio, un cuarto, la mitad de un cuarto, la mitad de la mitad de un cuarto… Se nos echaban encima.
De repente, al cabo de una cuesta, enfrente de mí, la salvación o el suicidio, en forma de imperioso dilema teñido con los colores del crepúsculo: una falla entre las rocas, abierta como las fauces de Satanás, de tres metros de ancho. Abajo, muy abajo, el destello resonante de un torrente.
Un latigazo más, un esfuerzo supremo, un salto en el vacío y…

Así fue como, contra mi voluntad, se forjó en la comarca la leyenda del jinete azul.


SAKI

RELATO Nº3

PUES SÍ

Carmen había tenido un día duro, y ya sólo le quedaba la última. La había llamado e invitado a sentarse sin dejar de escribir.
-Pues sí, señora, todos me contaban pero yo nunca quise hacerle caso a nadie, ¿sabe usted? Esas cosas se arreglan de puertas pa dentro, ¿no le parece? –comenzó Faustina sin que Carmen le preguntara.
-Claro, Faustina, ha hecho usted muy bien en venir a verme…-respondió Carmen sin dejar de apuntar y mirando hacia el papel.
-Pues eso es lo que yo digo, apunte ahí, apunte…
-Bueno, y ¿cómo se siente? –preguntó sin levantar la cabeza.
-Pues mal señora, no hago más que llorar a todas horas, por la mañana, por la tarde por la noche,…pero apunte, apunte.
-Vale, vale. Pero, ¿cómo comenzó todo?
-Mire usted, fue con la Pili, la vecina de arriba, pero yo nada, que si eso no puede ser, que si esto, que si lo otro…total, que ahora estoy segura de que sí.
-Ah, comprendo, y ¿cuándo dice que ocurrió?
-Pa mí que en el 48, porque fue cuando mandaron llamar a filas al marido de la Pili, chispa más o menos, que una ahora no tiene la mente pa recordar fechas.
-¿Cómo dice? –y por primera vez alzó la mirada.
-Porque yo me pregunto –continuó Faustina-, ¿no tendría algún remedio?, sí, señora, alguna cosita como pa no sufrir.

Y Carmen dejó de escribir, comprobó que estaba tachada la casilla “viuda”, la miró a los ojos, agarró sus manos con fuerza y asintió.

RELATO Nº2

Historia sin historia



La conocí en la estación y, desde aquel día, no he olvidado sus palabras. Durante algún tiempo, viajé regularmente en el AVE a Madrid. Tomaba el primer tren y regresaba en el último. A esas horas, Santa Justa había perdido su habitual bullicio. Tal vez por eso reparé en ella: siempre allí, sentada en el mismo sitio del andén, sin equipaje, aire ausente, mirada perdida. Rondaría los cincuenta.
La curiosidad venció mi timidez.
¾Discúlpeme. ¿Puedo ayudarla?
¾Espero el viejo tren, el de la carbonilla...
Era una respuesta insólita y prometedora. No sabía qué pensar, tal vez se trataba de una chiflada, pero decidí continuar.
¾¿ Nostálgica?
¾No, debo coger ese tren. Necesito recuperar mi pasado.
¾El pasado va con usted, es parte de su historia.
¾No hice mi historia, ellos la hicieron por mí. Asistí, como tantos otros, a la burda representación que me ofrecieron.
¾Historia de una espectadora... ¿No vio, o, no quiso ver?
¾No tengo respuesta. Muchos vieron y pagaron cara su lucidez. Tal vez mis gafas fueron las de la cobardía.
¾Es posible, pero la culpa es mala consejera. Levántese, abandone este andén. Debería afrontar su futuro.
¾No me ha entendido. Hablo de mí, de saber quien soy. No viví, me vivieron. No puedo arriesgarme a viajar sin identidad. Ellos siguen ahí, de otra forma más sutil, pero siguen ahí.
¾¿Quiénes son ellos?
¾¿No los conoce? Debería saberlo. Son autores, guionistas, directores, intérpretes y tramoyistas de esa falaz representación que llaman “Historia”. Los demás, simples comparsas, meros espectadores.

RELATO Nº1

HERENCIAS


Dispuso todo para su muerte con la misma naturalidad meticulosa con la que nos habría hecho arroz con leche. Nos facilitó el color del ataúd, las palabras de la esquela, la blusa azul con la que quería ser enterrada y el orden en el que nos colocaríamos para recibir el pésame. No os preocupéis- nos decía siempre- no pienso daros un susto. Yo tendré una muerte ordenada y sin ruido. Lo decía como si verdaderamente pudiese cumplir la promesa. Ante la determinación con la que llevaba a cabo sus manías siempre nos habíamos sentido faltos de voluntad y de objetivos.
Después del entierro hubo que recoger algunas de sus cosas. Empecé por el armario donde guardaba los abrigos. Allí estaban, al menos diez, ordenados por tamaños y colores, como un ejército de soldados desalmados. Entonces comprendí algo: su vida había sido eso, un terco propósito de ordenar el vacío.

Rocío Hernández Triano
Comienza el tercer concurso de microrelatos.